León de sombras

Torombolo

#cuentosDelColapso

Estoy exhausto, he volado horas buscando agua y todavía no veo las primeras palmeras, plátanos o mangos. Persigo ese lugar de aire húmedo y abundancia de frutos donde nací. No recuerdo bien para dónde está, pero estoy seguro que si sigo al sol del amanecer lo alcanzaré. <<Extraño a mi Torombolo>> pienso mientras me acicalo mis alas verde pardo quemadas.

Tengo la certeza de que Torombolo no hubiera podido acompañarme en este viaje, pero lo hubiéramos intentado, la culpa de abandonarla me acompaña como pulgones a canario. Ella no volaba, siempre se me acercaba con unos pasitos lentos y cansados. —Torombolo, Torombolo —me decía cada que me traía mi mazorca, o mi botecito con semillas de girasol. Yo aprendí a llamarla cuando tenía hambre o sed —Torombolo, Torombolo —le parloteaba yo y, después de un ratito, ella venía y me cambiaba la charolita con agua.

Hace poco tiempo comencé a sentir el aire pesado, enrarecido, como hostil. Es una sensación difícil de explicar pero que todas las aves tenemos. Mis vecinos, los canarios de la ventana de enfrente, lo sintieron también y de un día para otro revoloteaban sin cesar en su gran jaula burguesa. La gente que camina se portaba extraña y nos empezó a faltar el agua y la comida. Los dueños de los canarios desaparecieron y los dejaron encerrados, pude verlos morir de sed. Mi Torombolo nunca me abandonó.

Podía sentir la premonición, podía sentir que algo malo pasaría y le avisé a mi Torombolo. —Torombolo, Torombolo —parloteaba yo a todo pulmón, como si no hubiera mañana. Luego con los graznidos más intensos le intenté explicar <<Vámonos, vámonos de aquí>>, pero Torombolo no entendió—. Pobre Torombolo —me decía ella— ya no tengo girasoles, ya no hay nada que comer, no tenemos a donde ir, creo que nos moriremos de hambre. Cierra tus ojitos amarillos de cotorra y no los abras más, se nos acabó el futuro.

No fue egoísmo, o al menos eso quiero pensar, es que uno tiene ese maldito instinto de supervivencia que le hace hacer cosas que no quiere. Una mañana lo sentí en mis plumas, desperté esponjado, me sentía gallo con cresta. Luego, cuando bajé a tomar agua, vi un montón de plumas en el piso, me estaba quedando calvo del miedo. Tenía que hacer algo.

Torombolo llegó más temprano, en sus manos temblorosas traía mi cambio de agua. —Mira Torombolo, había algo de agua en las cubetas de la azotea —dijo y levantó la puertita de mi jaula. Siempre la anudaba con un alambre de pan para poder cambiar mis periódicos. Ella se acostumbró a que yo esperara quieto en mi palito y que la dejara trabajar—. Que te cuerne el toro cotorrito —me cantó, como lo hizo desde que yo tenía memoria—. ¿Por qué hay tantas plumas en el piso? ¿Te estarás enfermando? Seguro es porque no te he dado nada de comer desde hace tiempo.

No era necesario, pero tenía que llamar su atención y mordí su mano. Esa mano lenta y regordeta decorada con pecas grandes de movimientos erráticos y tristes, quedó marcada con mi pico. —¿Qué te pasa Torombolo? ¿Qué tienes? —se agarró la mano y se quejó del dolor. Aproveché para escapar de mi jaula, volé por la sala, le grazné lo más fuerte que pude <<Vámonos de aquí, sígueme, vámonos a mi tierra, algo malo va a pasar, me lo dicen mis plumas>> pero Torombolo no entendió nada, en cambio, regresó con una jerga mojada—. A ver, Torombolo, quédate quieto, sólo te voy a regresar a tu jaula. Te voy a agarrar con este trapo, anda, baja tantito del cortinero —me dijo.

<<¿No entiendes que nos tenemos que ir? Yo te guío ¡Sígueme! ¡Sígueme!>> le grazné más fuerte mientras le esquivaba sus lentos movimientos con la jerga. Como no había volado en muchos años me cansé muy rápido, además, mis nervios iban subiendo, se acababa el tiempo. Quedamos tablas, ella sin poder alcanzarme y yo hiperventilado y pescado del perchero. Ella bajó sus brazos y tiró la jerga al piso —Tienes razón Torombolo, no es justo que te quedes conmigo, tú no tienes la culpa de lo que pasa, cuídate mucho y acuérdate de las tardes que me acompañaste mientras yo limpiaba el arroz y hablaba con mis amigas de la parroquia.

Luego ella hizo un camino lento y solemne. Sus pantuflitas viejas y grises dieron esos pequeños pasitos lerdos que la llevaron hasta la ventana. Torombolo se detuvo para embarrarse las lágrimas delicadamente sobre sus mejillas como si le restara dignidad el permitirse llorar frente a mí. Corrió las cortinas con ese cordón que se trababa siempre a medio camino y abrió la ventana que dejó entrar la libertad a manera de brisa.

Volé de inmediato a la ventana y me posé en su marco <<Ven conmigo, nos vamos lentito como tu caminas>> quise decirle con la mirada, pero sus ojos me contestaron negativamente, supe que se había resignado. —Torombolo, Torombolo —parloteé a manera de despedida y emprendí un vuelo maltrecho hacia los montes lejanos. Pude verla sentada sola en la sala que fue mi vida.

Volé contra las fuerzas de mis alas. Cuando llegué a los cerros el viento era tan fuerte que me obligó a parar. Me posé en un árbol colorín, entre sus espadas rojas podía ver la mancha gris donde estuvo mi casa, donde seguía Torombolo esperando su destino funesto. Acicalé mis pocas plumas y, cuando buscaba una rama segura para pasar la noche, pude ver el final. Una luz muy fuerte apareció, fue como ver nacer un sol adolescente en el centro de la ciudad. Fue la última vez que ví algo con mi ojo izquierdo. Ese resplandor efímero fue el abono para el crecimiento de un gigantesco hongo de humo, era tan grande que sobrepasó por mucho los edificios más altos de la ciudad. Un gran estruendo llegó más tarde, fue el rugido del gran león gigante que vive en las estrellas y con él llegó su aliento, un aire violento y caliente que me aventó tan fuerte que me durmió del golpe. No sé cuánto tiempo perdí el conocimiento, pero cuando desperté me encontré con un sol ocre y lagañoso opacado por una densa niebla gris. La cortina de humo que oscureció el día se alimentó del incendio que se extendió por todo el valle. Flamas voraces que no se detienen ante nada hasta convertirlo todo en hollín.

Todos los animales que estaban en los alrededores huímos, reptamos, caminamos o volamos juntos, con el rumbo contrario a ese montón de ruinas ígneas que hablaban con los aullidos de dolor de los supervivientes. Todos escapando con sentido contrario al lugar que había sido mi casa.

<<Extraño a mi Torombolo>> pienso mientras me acicalo mis alas verde pardo quemadas. Ahora estoy esperando que pase la noche más oscura de mi vida y pienso mucho en Torombolo. Si mi Torombolo estuviera aquí, no tendría tanta sed.

León de Sombras

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